Día 34: De San Vicente de la Sonsierra a Briñas. Frustrado con las novelas

Cuando empecé la búsqueda literaria para preparar este viaje, confiaba mucho en esta región que ahora atravieso. La rioja en sus tres versiones, alavesa, navarra y «riojana», no solamente es lugar a propósito para los buenos caldos. Su paisaje parece en principio bastante propicio para la creación literaria. No pocos escritores han hallado en sus pueblos reposo e inspiración.

Pero… ¡quiá! Me he llevado una buena frustración. He buscado y rebuscado. Cuando en alguna novela se desarrolla parte de la acción en estas comarcas, el Ebro parece no existir o aparece de manera tan sutil, como las flotas ligeras que surcaban el curso bajo.

Voy a traer dos ejemplos que aparentemente prometían mucho. Ambos son de estilo y planteamiento bastante similares. Empezamos con el que es un poco más antiguo y, sin embargo, parece que será más longevo.

PIO BAROJA Y MOTA DE EBRO

Los antiguos habitantes de las orillas del Ebro que fundaron o renombraron sus pueblos en la edad media adolecieron de originalidad.

Actualmente hay al menos dos docenas de lugares que llevan en su denominación el apellido «…. de Ebro». Este añadido suele ser reciente, incorporado cuando en el XIX se extendieron las relaciones y diccionarios de lugares, para diferenciarlos de los homónimos de otras regiones y comarcas.

Si rebuscáis en los mapas encontraréis una Aldea, un Bárcena, Cubillo, Báscones, Villota, Villaescusa, Pesquera, Cidad, Miranda, Baños, Aldeanueva, Tudela, Pradilla, Alcalá, Cabañas, El Burgo, Nuez, Villafranca, Fuentes, Pina, Quinto, Velilla, Ribarroja y Mora. Casi todos ellos con el apellido «de Ebro». Por su tamaño o relevancia histórica alguno , como Tudela, se ha librado de llevarlo cotidianamente, aunque haya pueblos homónimos en otras latitudes. Pero por mucho que os empeñéis no hallaréis ningún «Mota de Ebro».

Motas en el Ebro hay muchas, levantadas para proteger pueblos y cultivos de las riadas. Motas en las llanuras hay también muchas, prominencias que sostenían castillos y castillejos para defenderlos de las invasiones guerreras.

Entonces, ¿Dónde está Mota de Ebro? ¿De dónde sale este nombre?

Tenéis que ir a una novela poco conocida de Don Pío

LA LECTURA DEL DIA:

La sensualidad pervertida (1920), de Pío Baroja (1872-1956).

A don Pío le gustaba utilizar el contraste entre los paisajes y caracteres de los valles cantábricos vascos con los del valle del Ebro, del entorno de la Rioja. Lo mismo hace con el antagonismo entre aldeas y ciudades, en el que se mueven muchos de sus personajes.

En esta novela la historia transcurre entre unos y otros. Los episodios de París, Madrid y Bilbao alternan con los capítulos que se desarrollan en el mundo rural. Si en la obra de Baroja las ciudades conservan su nombre original, sin que se cuele Vetusta alguna, casi siempre rebautiza los pequeños pueblos. ¿Quizás para evitar que nadie se diera por aludido en esos miniuniversos?

Uno de los que aparece en esta novela se llama Mota de Ebro. Es en donde el protagonista pasa los veranos de su adolescencia. Desgraciadamente Baroja no se extiende en la descripción del entorno, y el río apenas aparece. Los fragmentos que trascribo dibujan y colorean el pueblo en esa estación estival, con una mirada educada en los verdes valles cantábricos. Los traigo aquí por si alguno quiere adivinar cual de los pueblos ribereños pudo inspirar al novelista (y, si os animáis, ¡proponed nombres en los comentarios!).

«Para ir a Mota de Ebro había que cambiar varias veces de tren, hasta una estación grande, que el verano se veía llena de braceros, dormidos en el suelo.

Nos esperaba en aquella estación un landó viejo y destartalado, y, metidos en él, comenzábamos a avanzar despacio, por una carretera polvorienta, entre viñedos y olivares, hasta acercarnos a la Mota del Ebro, que aparecía sobre un alto, con sus casas blancas y su iglesia, con una hermosa torre amarilla, esbelta, que se destacaba en el cielo azul. Cruzábamos el río por el puente, y comenzábamos a escalar el cerro de la Mota. (…)

El caserío de la Mota del Ebro se halla sobre la meseta de un cerro arenoso, coronado por la iglesia y por la torre de un antiguo castillo en ruinas, con murallas almenadas.

A los pies del cerro se desliza el río, ancho y verdoso, entre murallones de tierra rojizos y paredones grises de greda.

El pueblo está formado por varias calles, con casas amarillas y rojizas, del mismo color de la tierra, y con tejados tan pardos como la greda. (…)

Desde el cerro de la Mota se divisan, en verano, los campos amarillos de trigo, los barbechos secos y el tono gris polvoriento de los olivares y de las viñas, todo calcinado, como si algún gran incendio hubiera pasado por la llanura. Sólo la masa verde de un olmedo próximo al río da un poco de amabilidad, de frescura, a esta tierra abrasada.

Alrededor del pueblo, desde lo alto, se ve que la mayoría de las casas están derruidas; los tejados se han ido cayendo y hundiéndose, dejando las cuatro paredes, y dentro, montones de piedra. Se diría que la muerte viene de la campiña y va atacando a la ciudad carcomiéndola de fuera a adentro, y así es. La enfermedad de la vid va empobreciendo el campo, y el empobrecimiento del campo produce lentamente la muerte del pueblo. (…)

Aquella casa, a pesar de su abandono, tenía su encanto. ¡Qué puestas de sol!, ¡qué amaneceres se podían contemplar desde los balcones que daban al río! La aurora y el crepúsculo ostentaban desde allí una magia extraordinaria. El río, ancho, hermoso, solía brillar con los colores más espléndidos; pasaba desde el rojo y el oro hasta el verde pálido y el gris ceniciento.

Yo, muchas veces, solía mirar absorto el ir y venir de las nubes por el cielo y los cambios de color del río, lo que a veces me producía cierto mareo.

Si te mareas, ¿para qué miras? me preguntaba mi tía, y añadía después: Este chico es tonto.«

Baroja es otro de esos autores para los que el Ebro pasa sin pena ni gloria, como una simple nota de color. Pero nos dibuja una buena postal del entorno y la vida de los pueblos de viñedos a principios del siglo XX, con las cicatrices aún vivas provocadas por el oidio de la vid.

Pero hay una frase, la segunda de toda la novela, con la que me siento identificado y que si habéis seguido este blog entenderéis muy bien:

«Soy un curioso de muchas cosas y necesito ondular y trazar curvas como los ríos«.

SEGUNDA LECTURA DEL DIA

Orillas del Ebro (1949), de Enrique Larreta (1873-1961)

 

Larreta era un escritor argentino de origen vasco. Tan orgulloso debía estar de esto que, a partir de su casamiento con una heredera de una de las más aristocráticas familias argentinas, los Anchirena, dejó de utilizar su primer apellido, Rodríguez.

En los años cuarenta vino por aquí y aprovechó para escribir esta novelita, que debió tener algún éxito, pues se reeditó en los años sesenta y ochenta.

También Larreta aprovecha el contraste entre el «encanto» del mundo rural y el urbano. Con otras miras, Larreta no solo lleva a sus personajes a los verdes valles cantábricos, sino también a las ciudades más tópicas de España: Toledo, Granada, Avila, Segovia… Al menos no se inventa el nombre de ningún pueblo.

Pero no hay casi nada rescatable referente al río, salvo quizás el título, un refrán, una frase y una expresión. El primero ya lo tenéis. El segundo se encuentra en este pequeño fragmento:

Era entonces Baños de Ebro uno de esos poblachos pardos y polvorientos que se confunden, a distancia, con su tierra, de los que hay tantos en España; pueblos como abizcochados, masticables, comestibles, hechos al parecer de pan moruno y avellanado turrón, con unas veinte o treinta casuchas en torno de una desmesurada iglesia, que podría servir de Catedral en una ciudad. Esteban fuése derecho a la mansión que le habían señalado, más allá de las huertas, a muy corta distancia del río. (…)

Allí trató con Fernanda, la señora que le alquilaba la casa y le había pedido que se encargara de algunos trabajos como ingeniero.

Una vez que se paseaba con él, a la sombra de los olmos, díjole:

-Su vida juvenil me atrae como el paisaje de este río, que va por aquí, todavía deshilado y vacilante. Usted conoce sin duda, el famoso proverbio: «Arga, Ega y Aragón hacen el Ebro varón», con lo que se da a entender, supongo que estas de aquí son sus mocedades”.

La frase, tópico condensado y que me da que pensar sobre el fuerte desconocimiento de Larreta y su tendencia a la exageración, es ésta:

…aquel ejemplo de antigua honra no necesitaba palabras. Era la tierra misma, la casa lavada con sangre, la ciudad que no se rendía, el orgullo indómito, en fin, todo aquello que para algunos se dice con un solo vocablo: el Ebro”.

Y en cuanto a la expresión, a algunos les puede resultar curiosa porque se suele asimilar la imagen del Ebro sobre todo a la rioja, Navarra, Aragón y Cataluña. Pero hay más. El río recorre 160 kilómetros por la provincia de Burgos y un puñado más por Palencia, lo que viene a ser un quinto del total. Pero recordemos que antes de la reorganización regional de fines del siglo XX, las provincias de Santander y Logroño formaban parte de la Castilla tradicional, por lo que históricamente hablando en el 45% de su curso el río bañaba tierras castellanas.

Larreta llama al Ebro, «adarga de Castilla». Adarga es un escudo de cuero, lo que viene a destacar que durante mucho tiempo el río fue una línea de defensa para las tierras castellanas.

Y eso es todo lo que se coló del título al texto.

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