Día 02 – 26 de mayo. Guerrilla de guerrillas en Fuentes de Oñoro
Inicialmente, como introducción a la guerra real había pensado en relatar la batalla que tuvo lugar aquí en Fuentes de Oñoro los días 3 y 5 de mayo de 1811. El 4 descansaron para retomar fuerzas para seguir matándose.
El oficial español que me acompañó ayer me ha hecho cambiar este plan, para contar otro aspecto de la guerra bastante inesperado (bueno, quizás no tanto). Pero no está de más que escriba algo sobre este pueblo y aquella batalla, porque creo que tiene alguna relación con el suceso que voy a contar más adelante.
Fuentes de Oñoro está situado muy cerca de la “raia”, una frontera establecida en la edad media, frente a Vilar Formoso. Ambos han constituido una de las membranas de paso fronterizo más importantes entre ambos países, incluso antes de que se construyeran vías férreas y autovías. La razón es que al norte y al sur la geografía dificulta el tránsito.
Por eso fue una zona tan disputada en aquella guerra.
Por aquel entonces Fuentes de Oñoro era un villorío de la Comunidad de Villa y Tierra de Ciudad Rodrigo, con unos pocos cientos de habitantes que malvivían en unas tierras pobres. Sin embargo esta batalla la hizo conocido en toda Europa, apareciendo en las crónicas periodísticas, pintándose cuadros e incluso apareciendo su nombre en el Arco de Triunfo de Paris.
Fue una batalla importante en la que se enfrentaron dos de los generales más importantes Masséna y Wellington, que contaban en total con unos 80.000 infantes, casi 5.000 de caballería y casi un centenar de cañones. El primer día los combates fueron especialmente sangrientos y se desarrollaron entre las casas y cercas de piedra del pueblo. Solo ese día hubo cientos de muertos. Al final, cuando los ejércitos se separaron tras el día 5, sumaban ya 600 muertos y 3.500 heridos, muchos de los cuales morirían posteriormente o quedaron inválidos.
Parece bastante natural que tras esta hecatombe, cuando el ejército británico instaló por dos años sus reales de invierno, evitó instalarse en este pueblo, que tanto podía recordar las muertes de sus camaradas, y se distribuyeron en pueblos vecinos como Fuenteaguinaldo, Alameda o Espeja. En cambio se instaló una oficina de enlace del ejército español, que no había participado en la batalla. Una de sus funciones era la de integrar las partidas guerrilleras en las estructuras formales del ejército, para lo que contaba con el apoyo de los ingleses que proporcionaba dinero, uniformes y armas, incluso cañones. En julio de 1812 se había aprobado un reglamento para tener mas sujetas y controladas las partidas guerrilleras, al parecer con difícil aplicación.
En esta situación, sucedió hacía solo 3 meses lo que me relató mi acompañante y que me apresuré a confirmar documentalmente.
La noche del 15 de febrero de 1813 , lunes, una descubierta del guerrillero Marquinez se encontró con otra del Rojo de Valderas, a media legua de Fuentes de Oñoro a la que atacó sable en mano, arrollándola. El Rojo, se retiró hacia el pueblo, luchándose en las calles, pero su defensa fue vana y fue expulsado, quedando allí catorce muertos. Escapando hacia el páramo y el monte , fueron perseguidos y batidos hasta que se rindieron a eso del mediodía del martes. Un primer informe decía que para las cinco de la tarde habían recogido ya 34 muertos de ambas partes, pero que aún había por los campos muchos más.
Llama la atención que en el choque de dos ejércitos enemigos, durante dos días y con armas pesadas murieran 600, menos del 1% de los combatientes, y que el enfrentamiento entre dos grupos guerrilleros, cada uno de los cuales posiblemente no pasaba de 150 o 200 hombres, en doce horas, provocara la muerte de más del 10%. Los enfrentamientos debieron ser brutales y sin cuartel.
He averiguado que además participó otra banda guerrillera, la del conocido como El “Verdadero cocinero Valdés”, aliado del pelirrojo leonés (en esa provincia estaba Valderas de donde provenía él y su apodo).
El jefe de Estado Mayor del ejército de Galicia, desde Lugo, llevaba tiempo intentando controlar sin éxitos a estos guerrilleros, especialmente las partidas del Rojo y el Cocinero, que se comportaban de un modo escandaloso. Pero no sabía cómo hacerlo y se limitó a mandar “que los destacamentos de tropas regladas los observasen y procuraran atraerlos ya que la corta fuerza no permitía se verificase de otro modo”, pero que teste esfuerzo se había frustrado por los acontecimientos de Fuentes de Oñoro.
Un informe militar dice que “los excesos y falta de conducta de las partidas de guerrilla extinguen el patriotismo y dan lugar a que los Pueblos hallen menos odiosa la conducta de los enemigos”.
Sobre los enfrentamientos de Oñoro añade que “por mucho que se medite sobre el modo de poner término a este genero de males, no se alcanza cuáles pueden ser las medidas que los mitiguen, a lo menos haciendo mas útiles las guerrillas, sin que sean una de las causas principales de la decadencia de nuestra caballería y el fomento de la deserción. Como las partidas de guerrilla tienen sus defensores y apasionados, e influyen de un modo muy directo en la opinión pública en el modo de hostilizar a los enemigos, su arreglo y reforma es obra muy detenida y que exige gran pulso y circunspección…”. Sugiere que algunos escuadrones del ejército hagan el mismo servicio que hacían las guerrillas.
No debió ser el de Oñoro un caso aislado. Las tropas regulares se habían visto obligadas en Astorga a armar al vecindario para impedir el saqueo con que lo amenazaba un guerrillero llamado Fernández. Otro caso de enfrentamiento entre partidas guerrilleras se había dado entre uno llamado Príncipe y las escuadras de Saornil, “haciendo de nuestro propio suelo el teatro de una guerra más cruel que la de nuestros enemigos…”.
Las guerrillas de Príncipe en Coca y Valladolid, el rojo Valderas en León y otras muchas estaban fronterizas con el bandidaje. Eran como pequeños señores de la guerra que disponían a su antojo de las propiedades y vidas de los habitantes.
A veces me pregunto.. ¿dónde se ha visto algo semejante? Quizás la situación en España en esos años tenga más parecido del que pudiéramos creer con lo que ha vivido Afganistán en los últimos cuarenta años.
Casi todos estos guerrilleros acabaron muy mal. El Rojo de Valderas, que en realidad se llamaba Agustín Alonso Rubio, reanudó su actuar guerrillero en 1820, durante el trienio liberal, pues era un realista furibundo. En 1823 fue detenido y el miércoles de ceniza ajusticiado a garrote vil. En la imprevista guerra de 1808-1813 se destilaron buena parte de las pócimas que envenenaron el siglo XIX en España, uno de los peores siglos de la historia de nuestro país, a diferencia de lo que sucedía en mayor parte de Europa.
Mañana reanudo la marcha tras la División Ligera
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