Día 05 – 29 de mayo. Boada de ayer, hoy y antesdeayer

Necesito un descanso.

Aunque sabia que iba a tratar, no de una marcha de alegres soldados al son de tambores, sino de la guerra en toda su crueldad, necesito, al menos por un día, bajar el nivel. No puedo alejarme del tema, pero, al ver que la etapa de hoy me lleva muy cerca de un pueblo llamado Boada, del que tenía alguna noticia curiosa, he decidido alejarme de la columna que sigue al ejército y desviarme un poco.  Esta jornada dejaré desconectado mi «parato» y no viajaré al pasado más que a través de documentos antiguos. Intentaré de paso descubrir cómo se vivía en estas tierras por aquellos tiempos, para entender mejor lo que les supuso la guerra a nuestros antepasados.

Boada saltó a la prensa nacional a fines de 1905 con una noticia que algunos encontraron alarmante. Yo vi en ella más bien la vitalidad de un pueblo.

Boada se encuentra casi a mitad de camino entre Salamanca y Ciudad Rodrigo. Un poco apartado del camino real, pero próxima a una población de cierta importancia y muy cerca de donde la División Ligera ha vivaqueado esta noche. No está perdida en las montañas, sino al alcance de las requisas y saqueos.

El 8 de diciembre el periodista Mariano de Cavia suelta la bomba en «El Imparcial». Se adelantó por unas horas, pisando la exclusiva,  quien había levantado la liebre desde Londres. Se trataba de Ramiro de Maeztu, corresponsal en la capital británica. A esta ciudad había llegado un periódico argentino que informaba el 6 de noviembre que un pueblo español había pedido formalmente permiso y ayuda al presidente argentino para mudarse en bloque a aquel país. Se trataba de Boada. El médico y el secretario le habían escrito una carta rogando que «admitiera un pueblo entero, o la mayor parte de él, con todas sus clases sociales, como son labradores, carpinteros, herreros, albañiles, médico, boticario, zapateros etcétera».

Maeztu, que por entonces simpatizaba con el socialismo fabiano,  hace en su artículo un brillante llamamiento a los boadenses: «No es con la huida como se vencen las dificultades, sino haciéndolas frente. Si vuestra tierra es pobre, enriquecedla con vuestro trabajo. ‘La tierra vale -ha dicho alguien- lo que el hombre que la cultiva’. Si el fisco os maltrata, alzaos contra el fisco y haced que en vuestro alzamiento os secunden los muchos pueblos que sufren con vosotros. Si los terratenientes os esquilman, protestad contra ellos. No creáis que vuestra protesta se ahogará en el vacío; no imaginéis que todas las orejas se han vuelto sordas para los clamores populares. En ese Madrid, donde hay tanta corrupción y miseria, hay también mucho entusiasmo generoso, hay muchas plumas que se pondrían al servicio vuestro, si vuestros males les fueran conocidos (…). Y si vuestra desesperación fuera tanta que os impulsara a medidas extremas, haceos la justicia por vuestra mano, imitad el ejemplo de Fuenteovejuna… todo antes que huir cobardemente».

Tiene bastante ironía que el mismo Maeztu acababa de irse de España para encontrar un trabajo mejor y un ambiente más favorable en Londres criticara así a sus compatriotas que tenían el mismo objetivo. Al parecer él no consideraba que lo suyo era una cobarde huida. Para muchos agricultores y artesanos las oportunidades que les ofrecía Argentina no eran menores que las que podía encontrar un intelectual en la capital inglesa. Pero era incapaz de entenderlo y se unió al grupo que quiso apagar los sueños de esta población que entreveía un futuro mejor.

 

 

Tenía Boada entonces 1.146 habitantes y sus campos no eran de los peores de la región. Contaba incluso con una estación de ferrocarril por la que pasaba una línea que en aquellos tiempos los ponía en comunicación con Oporto, Paris y Londres. Pero no le veían futuro a seguir en esas tierras o confiaban, por informaciones de anteriores emigrantes al Río de la Plata que su futuro iba a ser mucho mejor.

 

Para no extenderme mucho diré que la reacción de los estamentos oficiales fue rapidísima y al mismo tiempo ineficaz, pero consiguieron que el pueblo no se fuera. Había miedo que cundiera el ejemplo y algunos diputados y senadores interpelaron al Gobierno en cosa de horas. El día 10 de ese mes, que era domingo, hubo reunión del Consejo y trataron del tema: «el ministro de Fomento dio cuenta de que, desgraciadamente, se han confirmado las noticias de que el pueblo de Boada trataba de emigrar en masa a la República Argentina. Añadió el señor Gasset que puesto de acuerdo con el gobernador de la provincia, ha conseguido que el citado pueblo desista de su propósito, y hoy irán dos ingenieros para informar acerca de las obras públicas que pueden allí realizarse». Increíble. Todo en 48 horas de un fin de semana (claro que en aquellos tiempos un sábado no era distinto de un martes o un jueves.

Si alguien se cree que, con los medios de comunicación de entonces, el telégrafo y poco más; lograron convencer al pueblo que había mandado esa carta de forma discreta, tendrá que hacer un gran esfuerzo para convencerme.

El martes 12 salieron de Madrid para Boada un ingeniero de caminos y otro agrónomo del ministerio. Entretanto se publican más artículos detallando la situación del pueblo e interpelaciones en el Senado, todas ellas cargadas de un dolido patriotismo. Algunos periódicos andan fotógrafos para mostrar la imagen del pueblo.

El mismo día de Navidad se celebra un consejo de ministros que estudia ya los informes enviados por los ingenieros. Han pasado solo dos semanas desde que saltó la noticia.

En adelante el proceso fue algo más lento, porque hubo que preparar y presupuestar un proyecto para crear un «centro de divulgación agrícola». El 24 de abril fue aprobado por el ministerio. Todo un récord.

El pueblo no se fue en masa. Ese fue el «éxito» de los políticos e intelectuales. Pero, ¿fue lo mejor para los boadenses? Muchos no cejaron en la idea. Entre 1900 y 1930, 900.000 españoles emigraron a Argentina, y no fue ese el único destino. Entre ellos hubo no pocos de estas tierras salmantinas. Muchos de ellos prosperaron de una manera que no hubieran podido soñar en España y, además, se libraron de una cruel guerra civil.

 

 

 

¿Cómo vivían los boadenses y en general los salmantinos un siglo antes de esta polémica, cuando su tierra era hollada una y otra vez por ejércitos, propios y extranjeros, o por partidas guerrilleras?

He echado un vistazo al catastro de Ensenada de mediados del XVIII, es decir un par de generaciones antes de la invasión napoleónica. Los ritmos de aquella época eran extremadamente lentos para lo que nos hemos acostumbrado en el XXI, así que su imagen puede servir para principios del XIX.

«lo más del término son tierras de secano, para trigo unas, para centeno otras, algunas cortinas para herrén o verde (siembras de avena, cebada, trigo, centeno y otras plantas para forraje) para el ganado de labor, algunos prados valles que dicen rodillos, y entrepanes (tierras no sembradas, entre otras que lo están). Las tierras de pan traer y centeneras se siembran un año y descansan dos. Cuando se cultivan dan entre 4 y 6 fanegas de trigo, por fanega sembrada (actualmente la productividad en este tipo de tierras es cinco o seis veces mayor).

Las cuentas no salían. De las 750 hectáreas de posibles sembradíos con que contaba el pueblo, cada año solamente se podía contar con la cosecha de 250, y de esta un 20% había que reservarla para la siembra del año siguiente. No era mucho para mantener un pueblo de varios cientos de habitantes. Las huertas ayudaban, pero plantas como las patatas no estaban muy extendidas aún. Quedaban los garbanzos, otro alimento fundamental, que algunos sembraban. Y el lino, para el que arrendaban tierras más apropiadas en otros pueblos. En el pueblo un tejedor se encargaría de preparar los lienzos.

El ganado era escaso y la mayor parte de labor, pues sin caballos, mulas o bueyes la supervivencia era casi imposible. Desgraciadamente esos animales eran los primeros buscados por los militares, porque eran despensas andantes. Un millar y medio de ovejas y cabras podían servir de capital de reserva, pero las familias más pobres apenas disponían de un par de cabras con este fin. Suerte si las intendencias los pagaban en dinero contante y sonante, y no con un papelito de recibo firmado por algún cabecilla de banda o algún furriel, que tenía pocas posibilidades de ser cobrado en algún lejano futuro.

¿Y el paisaje? Bastante desolador. Algunos piensan que ha sido la sociedad moderna la que ha acabado con los bosques, pero la situación era entonces bastante trágica. Se informa que en la dehesa boyal, la reservada para alimentar a los valiosísimos animales de labor, «hay algunas encinas y robles, aunque en corto número y fructifican alguna bellota y no todos los años». Hay un pequeño monte de un centenar de hectáreas, que debía ser apenas suficiente para cubrir las necesidades de leña y madera Y los informantes añaden que «en todo el término, además de esas encinas no hay más que cinco o seis morales y ocho o nueve álamos negros inútiles«.

Un grupo de raras moreras supervivientes, en Topas (Salamanca)

Justísimo para sostener la población. Insuficiente si se sucedían algunos maños años. Imposible para alimentar el apetito voraz de  los grandes ejércitos que iban a pasar una y otra vez. ¿Cómo se las arreglaban? Intentaré enterarme en próximas jornadas.

 

 

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