Día 09 – 2 de junio. Verdaderamente ligera

El ejército reemprende la marcha. Tras una semana en los alrededores de Salamanca, se ha puesto en movimiento, pero no por la carretera real de Valladolid y Burgos, como parecía lógico, sino directamente hacia el norte. Wellington quiere cruzar cuanto antes el Duero y reunirse con el ala izquierda y los cuerp0s españoles que se acercan desde Galicia y el Cantábrico.

Esto ya se sabía anoche. Pero se me olvidó preguntar la hora de partida y cuando me he presentado de buena hora en el campamento… ya no quedaba nadie. Incluso el ganado, la impedimenta y los numerosos acompañantes que siguen a los ejércitos habían empezado a moverse, aunque más lentamente.

Me dicen que el objetivo es llegar hoy mismo a las orillas del Duero, en las puertas de Toro. Son más de 40 kilómetros.

Aunque no lleve ni el pesado fusil, ni la bayoneta, manta, cantimplora, mochila, mudas… me va a resultar imposible seguirlos. Voy a tener que recurrir a mi «parato» y viajar por el tiempo y el espacio y acercarme d un salto a su destino. Al menos los veré llegar e instalar su campamento.

 

Hace hoy un buen día. Me cuentan que muy cerca de aquí, a unos pocos kilómetros al norte de Toro, ha habido un encuentro entre la caballería francesa, los dragones, y la inglesa, los hússares. Es el clásico choque entre los escuadrones de retaguardia y de vanguardia, ya que ambos ejércitos emplean a la caballería bien para despejar, bien para obstaculizar el camino de oponente. Dicen que ha habido varias decenas de bajas. Ha sido un encuentro bastante casual; el primero de alguna importancia desde que salimos hace diez días. Pudiendo haber rehuido el combate, se nota el ánimo de pelea de ambos contendientes.

En Toro no había ni altas montañas, ni abetos, pero sí chocaron un gran número de hússares (800) y dragones (800)

Pero a orillas del Duero, bajo la silueta de la colegiata de Toro, todo parecía mucho mas tranquilo. Las divisiones de Graham, que manda el ala izquierda, ocuparon la ciudad ayer. He visto llegar a las vanguardias de la Ligera, pero ya habían venido, con alguna protección armada, los aposentadores y al ganado que va a servir hoy de cena.

Veo que todo está muy organizado y que se sigue de cerca las instrucciones escritas para los rifleros:

Primero llegaron los oficiales de aposentamiento, que buscaron en los pueblos vecinos alojamiento para los oficiales y decidieron dónde instalar el campamento.

Luego llegaron lo que llamaban «camp colour men», un soldado por compañía, con banderolas de colores, para delimitar dónde sus compañeros pondrían las tiendas.

Lugo llegaba el responsable de intendencia, acompañado de dos matarifes que iban a sacrificar inmediatamente a las vacas u otros ganado, para que cuando llegaran los soldados tuvieran la comida troceada para que la prepararan.

Finalmente, van llegando las compañías de la División. En pocos minutos el campamento está instalado, las guardias puestas y hay tiempo para el baño en el río y la prepatración de la comida.

Finalmente irán llegando los retrasados, débiles y enfermos, en una especie de «coche escoba», que marcha más lento, a la par que los carros de enfermería e intendencia, el resto del ganado y los innumerables acompañantes. A veces esta cola puede prolongarse varios kilómetros.

Vuelvo a encontrarme con algunos de los conocidos, los soldados españoles, Costello y otros. No muestran cansancio, aunque haber aguantado más de cuarenta kilómetros llevando una veintena de kilos de equipaje, no está al alcance de cualquiera. Orgullosos de su regimiento me aseguran que en la marcha de hoy, de los casi mil quinientos rifleros, solamente seis han llegado en el «coche escoba». Me parece realmente asombrosa la capacidad de resistencia y sufrimiento que tienen estos hombres. Supongo que forma parte sustancial del entrenamiento para luego enfrentarse a un combate sangriento sin retroceder.

 

Al anochecer subo a Toro. Aquí está Wellington y esta vez quisiera encontrarlo. Paseando por la muralla que da al puente encuentro a varios oficiales degustando los vinos. Entre ellos está un personaje interesante, el juez militar G3eorge Larpent, encargado de proceder con los consejos de guerra del ejército inglés. Digo interesante, no solo por las anécdotas que cuenta, sino porque me hace falta intensificar mis relaciones con personas que descarten del todo cualquier sospecha de espía que pudiera despertar un extraño personaje como yo, cuando me presento con mi «parato».

Tras unas amables presentaciones, me pregunta directamente ¡por el cambio climático! Y yo, descortésmente, me echo a reir. Ante su sorpresa le digo que puede ser un buen tema de conversación si nos encontramos en futuras etapas, lo que parece despertar su interés. Bueno, evidentemente no dijo «cambio climático»; me preguntó si el clima que estaba haciendo esa primavera era normal en España.  Como eso tiene su miga, dejaré la cuestión para otro día, que yo también quiero probar el blanco de Toro.

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