Día 12*: Del Mas de la Punta a Caspe. Cuando el río nos dejaba helados
Viendo el mapa de temperaturas medias no parece que las frescas aguas que bajan al Ebro de la Cordillera Cantábrica y los Pirineos tengan gran influencia en el clima. Más bien domina la influencia del Mediterráneo, que superando las montañas costeras se arroja con sus calores sobre el valle. Baja el agua refrescante; sube el aire agobiante.
Uno de los puntos más cálidos del curso del Ebro es el correspondiente a las etapas de hoy. Ahora en verano son de esperar muchas horas con temperatura superio a los 30º. Por eso he elegido un tema sorprendente y refrescante.
LA LECTURA DEL DÍA (¡¡¡ATENTOS AL TÍTULO!!!)
Cuando el río se helaba. Las heladas históricas del Ebro a su paso por Tortosa, de José Manuel Puente
¡Hielo en el Ebro y nada menos que en Tortosa, junto al mar!
«En siglos pasados con la temperie más rigurosa que la actual, el río Ebro, uno de los más grandes y generosos ríos de la Península Ibérica, se helaba con relativa frecuencia durante los meses invernales. Y esto se producía no sólo en su curso alto o medio, sino en su misma desembocadura a su paso por la villa de Tortosa».
«…a partir de 1560, y dentro del contexto de la Pequeña Edad de Hielo, se generó una continentalización de los inviernos que se hicieron cada vez más fríos, debilitándose durante largos períodos la circulación atmosférica oesteeste permitiendo con ello la entrada de masas de aire muy frío y seco de origen continental que producían un descenso acusado y constante de las temperaturas. La permanencia de estas situaciones durante semanas o meses incluso, hacía posible la congelación completa de las aguas de un río tan importante como el Ebro.»
Este fenómeno era raro, pero se repetía de tiempo en tiempo. La primera noticia que se tiene de que se helaran las aguas del río en Tortosa es de 1442. Luego hay constancia de otras en 1447, 1503, 1506, 1572-73, 1580-81, 1590, 1623-24, 1648-49, 1694, 1708-09, 1712-13, 1766, 1784, 1788-89, 1829-30 y, la última en 1891.
Para los incrédulos, de esta útima hay constancia gráfica:
No se trataba de congelaciones superficiales. En algunos casos las crónicas cuentan que «se formó una capa de hielo tan recia, que por frente de la iglesia de Santiago, el bajo pueblo se divertía pasando a pie desde una a otra orilla» o que «se dio el caso de atravesarse el río montado un hombre sobre una mula, sin que cediera el gélido pavimento«.
Posiblemente la presencia del puente de barcas ayudara a que el hielo formara una barrera. Pero hubo años tan excepcionales como el de 1572 en que el río estuvo congelado casi un mes, la de 1694 en donde el hielo acumulado en el río a su paso por la ciudad alcanzó los tres metros de grosor, o el de 1829 cuando llegaron a helarse las orillas del mar en Tarragona.
Dando de nuevo la palabra a José Manuel Puente:
«Las heladas del Ebro no son un hecho lo bastante reiterado en el tiempo como para observar a través de ellas la evolución del clima en el pasado. A pesar de ello sí que nos indican la importancia, duración e intensidad que en siglos pasados debieron tener los períodos de frío extremo para hacer que un río de semejante caudal se helara completamente durante varios días en sus últimos kilómetros antes de desembocar en el mar.
Resumiendo, podemos constatar dos heladas en el siglo XV (1442 y 1447), las dos de gran intensidad según los relatos que nos han llegado, coincidentes por otra parte con inviernos muy fríos y secos en general. Este siglo XV tuvo en la Península un carácter templado aunque mostró ya los primeros síntomas de lo que sería el cambio climático de la Pequeña Edad de Hielo.
En el siglo XVI nos encontramos con cinco heladas del Ebro, dos a principios de siglo (1503 y 1506) que coinciden con el recrudecimiento de la temperie y el inicio en la Península de la Pequeña Edad de Hielo, y otras dos de gran intensidad (las del invierno 1572 – 1573 y la de 1590), que se producen en el período de agudización de los fríos que siguió al año 1560 y que se mantendrá hasta el final de la Pequeña Edad de Hielo. Además de la helada del invierno 1580 – 1581. Son los años de las grandes heladas del Ródano (siete entre 1556 y 1595), los vientos gélidos del NE que queman los olivos, los períodos secos coincidentes con los inviernos extremadamente fríos que azotan el Mediterráneo; y son los años de algunas de las heladas más grandes del río Ebro como ya hemos visto.
Esto tendrá continuidad durante la centuria siguiente y las cuatro nuevas heladas del Ebro, dos de ellas seguramente hayan sido las más grandes que se recuerdan, las del invierno 1623 – 1624 y la del año 1694. La duración de los hielos (en torno a las dos semanas) y la profundidad alcanzada por la plataforma helada, marcan un punto álgido en la intensidad de las olas de frío.
Durante el siglo XVIII las heladas del río se mantienen a buen ritmo (cinco, más que en los siglos anteriores), pero disminuyen en cuanto a su duración y a la intensidad de los hielos, excepto la del invierno de 1788 – 1789, que resultó ser comparable a las de los siglo XVI y XVII.
Finalmente en el siglo XIX sólo hay registradas dos heladas del río, las dos de menor envergadura que las anteriores, coincidente todo ello con un repunte general de las temperaturas durante este siglo, aunque todavía con períodos muy fríos como los comprendidos entre 1830 y 1840, o el período que va de 1880 a 1895. »
Estos datos contradicen un tanto la opinión reflejada en el primer párrafo de que no es posible ver la evolución del clima en el pasado. Al menos sirve de constatación de los grandes cambios de clima que ha habido en el pasado (los fuertes calentamientos de la época romana y de la edad media) y que el calentamiento que estamos viviendo es secular y empezó a principios del XIX, mucho antes de la moderna industrialización.
¡EXTRA, EXTRA!
Las heladas del Ebro dejaron otras huellas, como estas inscripciones en la puerta de la iglesia de Alforque, donde el río baña a los Monegros. Alguno habla de hasta cinco inscripciones del siglo XVII, yo puedo mostrar estas dos:
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