Día 23 – 16 de junio. Medina de Pomar. Longa el guerrillero.

Hoy tras unos kilómetros marchando por la orilla del Ebro. Al atravesar el desfiladero de Los Hocinos, hemos visto dos barricadas de piedra que cruzaban el camino real, restos de los toma y daca de franceses y guerrilleros. Luego nos hemos desviado hacia el noreste.

Las divisiones, que empezaron la ofensiva muy separadas al partir de las proximidades de la raya de Portugal, se han ido aproximando. Hoy han llegado a Medina de Pomar varias de ellas. Mientras preparar en campamento a orillas del río Trueba llega la noticia de que el mismo Wellington con su Estado mayor se instala en esta ciudad. Bueno, todavía no lo era, sino simple villa de no mucha población, menos del millar, pero constituía un centro neurálgico de las Merindades burgalesas.

El alcalde no fue cortés, ni la gente, como esperaban los ingleses a tener del recibimiento que habían tenido en otros pueblos y ciudades, se alegró de vernos. El pueblo estaba. muy lleno, pues los generales españoles Mendizabel y Longa estaban allí acuartelados a la llegada del ejército aliado, y no parecían dispuestos a hacer un hueco a los ingleses.

Las márgenes del Trueba, donde acampó el ejército angloportugués

Se instaló Wellington extramuros,  en el convento de Santa Clara, donde las monjas jugaron al escondite con su séquito. Esa misma noche reunió a los generales que estaban próximos y les invitó a cenar. Además de los de la División ligera (Alten, Kempt y Skerrett), estaban los de la cuarta (Cole, Anson…), la séptima (Dalhousie, Barnes, Inglis…), todas ellas acampadas en las cercanías. Por parte española, además del general Alava, adscrito al Estado Mayor de Wellington, estaba Mendizábal y Girón, que comandaba el ejército de Galicia, que marchaba pegado al ala izquierda. En aquella época no había miedo de que un misil pudiera desbaratar la cabeza del ejército.

Pero había además un invitado más que tenía muchas ganas de conocer, el guerrillero Longa.

En los primeros años de la guerra se habían creado muchas partidas guerrilleras. Bastaba que apareciera un líder en una comarca, reuniera un grupo de animosos, ya fuera por patriotismo o por doliente rencor frente a los abusos y represiones francesas, para que empezaran una lucha en el campo. Al principio asaltaban algún correo o pequeño convoy, pero pronto estos fueron protegidos con escoltas cada vez mayores. No tardarían en crearse columnas volantes de gendarmes o batallones regulares para perseguirlos. Con cada encuentro aumentaban las represalias de uno y otro lado, llegándose a extremos de crueldad como se ven pocas veces en la historia. El trinquete del odio impedía que esta espiral pudiera tener alguna marcha atrás.

Para 1812 pocos grupos guerrilleros se habían estabilizado lo suficiente como para ser una amenaza estratégica. Otros habían degenerado o desaparecido. Con los primeros el gobierno español, la Junta Central (en realidad se llamaba Junta Suprema Central Gubernativa del Reino ), la misma que había convocado las cortes constituyentes de Cádiz, estableció medidas para integrarlos de alguna manera en el ejército. Nombró coroneles y otros oficios militares a los cabecillas, les envió material de guerra -cañones ingleses-, y algunas instrucciones. A partir de 1812 les comunicó que quedaban a las órdenes de Wellington, como todo el ejército español.

Uno de estos guerrilleros con una historia de éxito era Longa y quería conocerlo.

Pero apenas pude entreverlo y cruzar unas palabras con él antes de esa cena, a la que por algún motivo que intuyo, no se quedó. No podré contar nada de sus labios.

No daba la imagen que muchos pudieran hacerse de un guerrillero de origen campesino. Era un hombre corpulento, bien vestido con una especie de uniforme de húsar . El grupo de caballería que lo atendía estaba vestido con regularidad y, aunque guerrilleros, parecían más regulares que la mayor parte del propio ejército español. Vestían chaquetas escarlata y se daban aire de importancia.

Aunque había cruzado alguna correspondencia con Wellington, Longa no lo había conocido hasta ese día. Creo que debía tener cierta aprensión, reforzada por estar en una ciudad donde acampaban varios miles de soldados británicos, de un país que durante siglos había sido un enemigo principal. Cuatro guerras había habido con ellos en los últimos ochenta años. Cada generación había tenido una, y ahora eran aliados, solamente porque tenían un poderoso adversario común.

Tampoco le podía traer buen recuerdo el lugar. El 16 de marzo de 1811 en la plaza de Medina habían ahorcado a Dionisio Alvarez “Colina” uno de sus lugartenientes. La víspera habían hecho lo mismo con otro, Mateo, esta vez en Villarcayo, a legua y media de acá. Acusados de “brigantes”, lo que hoy traduciríamos como terroristas. Era el momento más débil de la guerrilla.

Longa, con cuarenta y tres años

Longa tenía 30 años. Era alto y de buen porte, pero su nombre no le venía de su estatura sino del caserío vizcaíno donde había nacido como Francisco Tomás Anchía y Urquiza. De niño su familia se trasladó a un pueblo burgalés, en el camino real de Vitoria. Desde allí se tiró al monte en 1808 cuando el pueblo español se rebeló. Tras cuatro años de numerosos encuentros con los invasores, a los que produjo numerosas bajas, y tras haber creado una buena organización, en abril de 1812 le nombraron coronel y su partida recibió oficialmente un pomposo nombre: “División Iberia”.

Me hubiera gustado preguntarle si estos cambios habían influido en otros más importantes de comportamiento. Repasando la historia de sus hazañas hay algunas cosas que hielan la sangre. Pero las informaciones que he podido encontrar no son del todo concluyentes, posiblemente porque reconocerlas abiertamente o pueden que fueran exageraciones.

En octubre de 1809 parece que hubo un combate entre un par de centenares de guerrilleros y medio millar de franceses que escoltaban un convoy de Bilbao a Burgos. Las crónicas hablan de que quedaron en el campo más de cuatrocientos muertos y solo hubo un puñado de prisioneros.

El no respetar la vida de los vencidos, heridos y prisioneros, parece haber sido una táctica habitual de la guerrilla.

Ya tuvo entonces sus más y sus menos con los mandos del ejército. Se conserva su correspondencia con el Mariscal Nicolás Mahy y Martín. Aunque Longa era tenido por uno de los jefes de partidas más humano y generoso, sus explicaciones de cómo se salvaron 14 de los cuatro centenares de franceses, provocaron el disgusto de aquel.

Con la progresiva integración de las partidas al ejército se ordena que la requisa de abastecimientos y otros géneros se sustituya por la compra directa. Paralelamente, se comienza a recaudar fondos de manera semejante a la de la Real Hacienda en tiempo de paz. Como Longa tenía querencia a las requisas, la Junta de Burgos le comunica que la Regencia se ha enterado de «la aflicción de los pueblos de la provincia de Burgos por la conducta de Longa» como jefe militar del distrito y el trastorno que la Administración de Hacienda Pública padece por las providencias de aquél, que han creado confusión y anarquía, al haber nombrado una nueva Junta y empleados.Para acabar con esa situación se ordena a Longa que rinda cuentas de los fondos que ha manejado y revoque el nombramiento que hiciera de comisionados para recaudar dineros, granos, salinas y rentas nacionales.

 

Quizás, por estos antecedentes, cuando debe quedar a las órdenes de Wellington, este le escribe a principio de 1813, de forma diplomática pero tajante sobre estos dos temas:

Mucho le agradeceré que me haga saber lo que ha hecho con sus prisioneros, enviándome los recibos de aquellos a quienes se los entregó”.

El generalísimo tiene que moverse por una estrecha cresta. La fuerza de Longa y de otros guerrilleros como el Charro o Mina, era muy importante, y no podía perder su apoyo. Pero tampoco podía tolerar esos métodos. Para ello le recuerda que su “expediente” en el gobierno es muy oscuro, lo que puede afectar a su futuro tras el fin de la guerra. Al parecer había bastantes denuncias de abusos, desfalcos y malversaciones contra Longa. Por ello le dice:

El Gobierno me ha enviado unos papeles relativos a querellas que se han hecho llegar a Cádiz contra vos, sobre las cuales aprovecharé otra vez para escribiros. Nadie conoce mejor que yo las dificultades de la situación en que os ha puesto,y con la forma en que os habéis conducido, y los beneficios que la nación ha obtenido de vuestros servicios; pero le recomiendo que sea muy cauteloso y justo en todos tus procederes.

El país debe apoyar las tropas que es necesario emplear contra el enemigo común; pero el país tiene derecho a esperar que las cargas impuestas se impongan con igualdad y que se apliquen fielmente a los fines para los que se imponen; y, sobre todo, que cuando hayan pagado grandes contribuciones para el sostenimiento y mantenimiento de las tropas, no sean hostigados por requisiciones adicionales, y por saqueos, y demás consecuencias de la indisciplina de las tropas».

Parece que a Longa algunos le apodaban  “Papel”, por la facilidad para extender papeles o vales cuando hacía esas requisiciones, que luego los vecinos nunca podían cobrar. El dinero guerrillero-fiduciario.

0 comentarios

Dejar un comentario

¿Quieres unirte a la conversación?
Siéntete libre de contribuir!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *