Día 38: De Sobrón a Quintana Martín Galíndez. Padrecito Ebro.
Tenía intención de escribir una entrada sobre esta expresión, «padrecito Ebro», que se lee de tanto en tanto.
No sabía cuándo introducirla y anoche, al repasar el trazado de la caminata para hoy, he visto un ligerísimo enlace que me da excusa. Uno de los pueblos que tenía que atravesar se llama San Martín de Don. ¿Tantos nombres con el apellido “de Ebro” y éste es del río equivocado? Diréis con razón que es una de las más pobres y peregrinas, sobre todo si no pilláis aún la relación.
Luego marchando, me he encontrado con un cartel de esos que en estos años han poblado el paisaje con la excusa, no mucho mejor, del senderismo:
Es una expresión que no se escucha, se lee. Lógico, porque es del lenguaje literario y, al menos por estas tierras, sin raíz popular. Quizás por eso se emplea sin conocimiento de su origen y da lugar a resultados un tanto ridículos como el del cartel
¿El Ebro padre de todos los ríos? Ni padre, ni madre. ¿Cómo pueden ser los afluentes los hijos? Si son ellos los que van creando con sus aportes, poco a poco, al gran Ebro. Es este quien hereda de aquellos, justo lo contrario de las relaciones paterno-filiales.
¿De dónde proviene, entonces, esta expresión? Hay un origen lejano, que pocos conocen, y otro más próximo, que seguramente es la causa de la relativa moda.
Habéis comprobado que esta ruta ebreña me está despertando, espero que a vosotros también, el interés por los clásicos así que empecemos con ellos en…
LA LECTURA DEL DÍA
La Eneida (19 a.C.), de Publio Virgilio Marón (70 a.C-19 a.C.) .
“Da ahora fortuna ¡Oh padre Tiber! a este dardo que estoy blandiendo, y ábrele camino por el pecho del fiero Haleso; un roble de tu ribera, recibirá por trofeo sus armas y sus despojos.»
¡No os quejaréis esta vez por la longitud del fragmento! Tan cortito que requiere alguna explicación que os anime a leerla enterita.
Eneas, héroe tan conocido que sale en las pelis de batallitas, llega a Italia escapando de la derrota de Troya. Tiberinus, el dios del río de su nombre, se le aparece en un sueño y le dice que ha llegado a su verdadero hogar. Además calma las aguas para que su bote pueda adentrarse hasta Roma. En ese contexto pone Virgilio la expresión “padre Tíber” en boca de Eneas.
Claro que todo eso era mitología para los propios romanos. Estos además tenían religiones complejas con muchos dioses. Uno era precisamente el propio río Tiber, al que le ofrecían un culto divino. No tiene nada de extraño, pues no solo jugaba un papel importante en la vida de la ciudad, sino que fertilizaba las tierras y, de vez en cuando, devastaba campos y pueblos. Ya contaba con las dos caras, la benéfica y la maléfica, como para ocupar un buen lugar en la tribuna donde se apretujaban los dioses, al lao de su hermano Fonto (dios de las fuentes).
En latín el río, “flumen”, es un nombre masculino, así que el dios correspondiente adoptaba ese género (“Tiberinus”) y se le representaba como un viejo barbudo recostado y en buena forma física. Me voy aproximando al tipo, pero aún me sobran unos cantos meandros.
Esta deificación de los ríos no era rara, pues razones parecían tener de agradecimiento y temor. Pasaba también con el Nilo.
No sería raro que pasara con el Ebro y otros grandes ríos, pero no hay ninguna prueba que lo confirme. Así que no es de la mitología propia de donde viene la expresión. Tampoco parece que los lectores de Virgilio se inspiraran para nominar así al río. Es que además, no suele decirse tanto “padre Ebro”, como “padrecito Ebro” y los diminutivos dan buena pista del origen de las cosicas y de las cosiñas.
Creo que el contagio viene de otra fuente, de la del Don, río de Rusia, el doble de largo y bastante más musculoso que nuestro Ebro. Muchos escritores españoles han leído el “Don apacible” (1928) de Mijail Shólojov, en donde la expresión “padrecito Don” se repite muchas veces. Supongo que faltos de referencias de los grandes ríos de las estepas rusas, se imaginaban que debían ser más o menos como el Ebro, solo que mayores. De ahí al contagio de la expresión no había más que un charco.
Ahora entenderéis qué contentas de haberse conocido se han quedado un par de neuronas de mi cerebro al descubrir el extraño nombre de ese pueblo burgalés, ligado al río equivocado.
Desconozco si antes de esta novela esa expresión era popular o si se popularizó con ella. Pero ya es una frase hecha, conocidísima para todos los rusos: батюшка Дон. Así en diminutivo, y en un diminutivo especial, cariñoso, con terminación femenina, aunque el nombre del río sea masculino.
Esto nos lleva a una cuestión bastante simple. ¿Porqué los nombres de los ríos son masculinos? Bueno, no lo son. Por lo general, son del mismo género gramatical que el sustantivo utilizado para denominar a las corrientes fluviales: son masculinos en español (“río”) y femeninos en francés (“fleuve”).
Curiosamente en ruso son generalmente femeninos (“река”). El Don es una excepción. Su nombre proviene del escita y se ha conservado. Quiere decir “agua”. ¡No os podéis imaginar cuantos nombres de ríos se llaman “agua”, así o con algún adjetivo!
Por eso el Don es “padrecito” y no “madrecita”. Madrecita es el Volga: Волга-матушка.
Para acabar y suavizar el trago de estas disquisiciones os pongo una canción titulada Padrecito Don. Durante un rato, atravesando un bosque, me he puesto -cosa rara- los auriculares y he escuchado un coro ruso cantando canciones cosacas…
para coro (solo los primeros tres minutos)
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