Día 43: De Pesquera a Orbaneja del Castillo. Tragedias en el río.

Las de hoy son parte de la historia macabra del río. A lo largo de los siglos las aguas se han tragado la vida de muchos cientos, posiblemente miles, de incautos navegantes, viajeros, bañistas, soldados, y no pocos suicidas y asesinados.

Algunos casos son especialmente dramáticos. Hoy voy a traer tres. Hoy precisamente, porque uno de ellos, el que me parece más trágico, sucedió en el tramo que acabo de recorrer.

1840, 4 de junio. Mora de Ebro.

La guerra carlista está en sus compases finales. Cabrera, el general de quien ya hablamos al principio de esta ruta se retira de sus posiciones en el Maestrazgo. Su objetivo es llegar a Francia con las tropas que le quedan y pedir asilo. Debe atravesar el Ebro y piensa hacerlo en barcas a la altura de Mora.

Son varios miles de personas. No solo están los soldados; hay civiles, destacados carlistas y un grupo de prisioneros.

Esto es lo que cuentan las crónicas liberales:

Antes de pasar el Ebro (Cabrera) quiso despedirse con una de las suyas y fusiló a los nacionales que llevaba prisioneros de Morella y los arrojó al río. El cura de Borriol, D. Martín Huguet, testigo presencial dice: «…caminando el que dice prisionero atado, a su vista fueon muertos y echados al río en Mora de Ebro los patriotas nacionales de Calanda, y entre otros el célebre médico D. Pablo Llop y el patriota de Torrevelilla Sr. España». Es incalificable este acto de ferocidad de Cabrera, cuando ya se marchaba a Francia y daba el mismo por concluida la guerra” (Balbás, 1889).


 

1880, 1 de septiembre. Logroño.

La última guerra carlista ha acabado hace pocos años, pero en Logroño, bastión liberal durante los combates, se mantiene aun una importante guarnición. De vez en cuando los soldados salían a hacer ejercicios en las campas situadas en la otra orilla del río. Unos meses antes una riada había dejado maltrechos varios arcos del viejo puente de piedra. Se habían iniciado las obras de reparación y provisionalmente se había construido una pasarela de madera en la zona dañada. Pero otra riada se la había llevado y el paso había que hacerlo por barcas y pontones.

Trascribo el siguiente texto de bermemar.com, en el que no tengo claro si los entrecomillados se corresponden con declaraciones de algún testigo o si es una reconstrucción literaria:

El río Ebro discurría inocente, en moderada crecida, turbio: «El día 1º de septiembre, a las cuatro de la tarde, salimos del cuartel los dos batallones del Regimiento de Infantería Valencia, al mando de nuestro coronel, señor Sáez de Miera, con objeto de ejercitarnos en las maniobras militares en los llanos que se extienden a la otra parte del río, cuyo nivel precisamente había crecido a consecuencia de las últimas tormentas».

«El lento embarque de las tropas lo dirigió el infortunado teniente del arma de ingenieros señor Massó, que había dirigido la construcción del puente, siendo el mismo oficial el primero que puso el pie en la plataforma, acompañado de un pontonero».

«Fuerzas del primer batallón, en número de 26 jefes y oficiales (incluido el coronel), 30 cabos y sargentos y 148 soldados ocuparon el pontón, cuya parte de proa resultaba algo más recargada que la de popa, por lo cual el oficial de ingenieros que dirigía el embarque hubo de proponer al Coronel del Regimiento Valencia que se restableciera el equilibrio dando entrada a los caballos; pero ante el temor de que éstos pudieran inquietarse, introduciendo el desorden consiguiente, decidió el Coronel que se embarcase la banda de música, compuesta de 27 músicos. Ocupando éstos y sus instrumento más espacio del disponible, se decidió que se situaran hacia el centro, lo cual motivó un movimiento de avance hacia proa, con lo que empezó a sumergirse el pontón correspondiente sin que lo notaran los soldados, distraídos en escuchar los acordes de la música, que alegraba la corta travesía».

grabado de Meléndez de a Ilustración Española y Americana, 1880

Al llegar al centro del río zozobró súbitamente la parte de proa, siendo precipitados al río soldados, músicos y oficiales en horrible racimo. La barca se hallaba ya a poca distancia de la orilla derecha, pero el terror sembró el río de soldados uniformados braceando desesperados entre agarrones frenéticos en un afán loco por no ahogarse. Tal desbarajuste produjo el tremendo número de víctimas, salvándose sólo los que tuvieron serenidad para mantenerse derechos en el agua, que paradójicamente no llegaba a cubrirles en muchas zonas del río, donde pudieron hacer pie los más afortunados».

«Presencié incrédulo cómo los pocos compañeros que sabían nadar eran arrastrados al fondo del río por los que no sabían, prendidos unos de los correajes de otros, empapado el paño de sus uniformes iban desapareciendo en las turbias aguas en instantes. Hubo rasgos de valor heroico pero fueron los menos, cundió el pánico y el sálvese quien pueda… El coronel del regimiento fue extraído del agua en bastante mal estado, la tropa del segundo embarque, así como las personas que desde la orilla presenciaban el deplorable siniestro, hicieron esfuerzos sobrehumanos para auxiliar a los náufragos… siete músicos, entre ellos el director de la banda, y yo mismo, pudimos salvarnos asidos al bombo, también se salvaron el redoblante y un corneta…».

La Ilustración Española y Americana

«Después de esta jornada, me siento estremecido, conmovido hasta el tuétano de los huesos, y los horrores que he visto, los compañeros debatiéndose en las aguas, braceando enloquecidos hasta que se los tragó el río, no me dejarán dormir ni vivir. Vivencias tan terribles te traban el recuerdo y te atormentan la vida entera».

«La vida se la debo a instrumento tan modesto como el bombo, el parche. Gracias a él, como un flotador, nos hemos salvado varios militares y arrastrados a la orilla hemo logrado hacer pie y no hundirnos en lo profundo del cauce, como el bombardino, los trompetas, los sacabuches».

«Soy soldado, soldado español, pero antes y primero soy músico, toco instrumentos de percusión en la banda de música del Regimiento de Infantería Valencia. Los instrumentos de percusión son sin duda los más marciales, los más primitivos, los que lo incitan al combate fiero y hacen estremecer a las mozas…».

Ahora casi todos los músicos están ahogados entre las notas lúgubres de un río sucio, indiferente, sin piedad ni entendimiento. Noventa jóvenes españoles que fueron enterrados en el cementerio de Logroño, junto al río.»

 

1938, 17 de junio. Ermita de la virgen del Ebro, entre Pesquera y Valdelateja.

Esto sucedió, no en el mismo río, sino en una de sus hijuelas, en el canal de la central eléctrica próxima a la ermita. La ermita es uno de los lugares más bellos de todo el río, en el fondo de un cañón.

Los pueblos vecinos hacen romerías a esta ermita. Es una forma de mantener cierta normalidad en esta guerra. Ese día tocaba la rogativa de los de Turzo un pueblo de la montaña próxima («Bendita virgen del Ebro, ¿quién te venera? Quintanilla, Escalada, Turzo y Pesquera» se solía decir).

El camino a la ermita recorre el fondo del cañón del Ebro, que aquí hace una gran curva. En 1910 se había construido una central eléctrica cerca del santuario y el canal que le arrimaba las aguas atravesaba directamente la montaña, con un túnel de 500 metros. Por el camino, para llegar la mismo punto, había que recorrer casi tres kilómetros.

El guarda del canal solía recorrerlo en barca y acostumbraba pasar por el túnel para llegar directamente a la central. Aquel día hizo el viaje acompañado del cura que iba a celebrar el oficio en la ermita, y un grupo de adolescentes, ,para los qu el paso el túnel debía ser una gran aventura.

entrada oeste del túnel con el canal vaciado

La barca con once pasajeros se adentró en el túnel. La tragedia debió desencadenarse en la parte inicial. Según relataba un testigo de la época, «Cuando subieron había una pequeña vía de agua, porque aquel día hacía mucho calor y la madera de la barca se había resecado, pero no le dieron importancia. Ya dentro del túnel alguien empezó a gritar que se le habían mojado los pies, se asustaron y aquello volcó». El canal tenía poco más de dos metros, con paredes lisas, sin agarres, y muchos no sabían nadar. Dos de ellos consiguieron agarrarse a la barca volcada en la oscuridad y salieron vivos del túnel.

Al oír los gritos, el alcalde de Quintanilla entró al túnel con otra barca, pero también pereció.

Me he asomado al túnel y desde un extremo no se ve claridad alguna del otro. Debió ser horrible. Siete de los muertos, un varón y siete mujeres, tenían entre 14 y 19 años. El impacto en el pueblo, que apenas tenía un centenar de vecinos, fue terrible.

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