Día 46: De Villamoñico al monasterio de Montes Claros. Decepciones varias

Mañana llego a Fontibre. Mi plan “c” de Continuar esta ruta hasta subir el pico de Tres Mares, en donde las gotas de lluvia y de nieve derretida empiezan el viaje más largo por el Ebro, se está desvaneciendo. Quería un momento de reflexión sobre lo lejos que queda el mar donde comencé mi marcha y tan próximo, ya visible, el Cantábrico. Apenas un par de días más de caminata y podría finalizar el viaje como lo empecé, con un baño marino.

Varias razones me llevan a descartar ese final. Una es muy prosaica: mis zapatillas se están muriendo. He tenido suerte estos últimos días, en los que he hecho unos cuantos kilómetros por carretera, de no encontrarme con la guardia civil. Si me hubieran parado y examinado el estado de mis “cubiertas”, no me habrían dejado seguir. Buena parte de la suela no tiene ya dibujo y la goma corre el riesgo de agujerearse en cuanto pise unas cuantas piedrecillas más.

Todavía no se ha desarrollado una app “cuenta piedrecillas”. Medir lo que ha crecido el callo de la planta de mis pies no me proporciona ni siquiera una estimación. El ordenador de a bordo me dice que con esas zapatillas y tres pares de calcetines he superado ampliamente el millón de pasos, más de 800 kilómetros. Imaginaros cómo han quedado.

Con lo que me costó la protección para mis pies podría haber pagado el combustible con el que haber hecho ese mismo recorrido en un utilitario pequeño. Lo digo en voz baja para que no se enteren mis extremidades inferiores… Si añado el coste del combustible que ha necesitado mi cuerpo, más los gastos de parking, creo que ha sido el viaje más caro de mi vida.

¿Ha valido la pena?

Las decepciones de las pensaba hablar cuando titulaba esta entrada no tienen nada que ver con esfuerzos físicos ni costes económicos. Son generadas por la observación del río y la búsqueda de documentación para este blog.

 

Me ha sorprendido, y decepcionado, cuán de espaldas a este río vive actualmente la sociedad del valle del Ebro.

Hay muy pocos pueblos importantes que realmente hayan crecido a orillas del río, al menos en cuanto este alcanza grandes dimensiones. No solamente se alejan de su cauce allá donde arriesgan inundaciones, algo comprensible, sino que prefieren estar más cerca de alguno de sus afluentes, aunque se hallen a varios kilómetros del Ebro. Poblaciones clave como Calahorra, Alfaro, Tauste o Caspe, parecen alejarse lo más posible, sin perder las ventajas de su vecindad. Quizás lo vieran siempre como algún lugar peligroso e insaluble. Solo aquellas dependientes de sus puentes como Logroño, Tudela o Zaragoza parecen asomarse. A su un puñado de pequeños pueblos parecen valientes atalayas que aprovechan altozanos o se asoman a sus orillas como Mi ravet o Mequinenza, o lo hicieron antes de acabar inundados, como Fayón.

Hay muy pocos caminos que vayan a lo largo del río, una vez que en Sobrón sale de los cañones. Las rutas sorteaban las vueltas y revueltas de los meandros y galachos. De paso evitan las zonas que antiguamente se inundaban y tenían aguas estancadas, grandes focos de mosquitos. El resultado se nota en el diseño del GR que me ha servido de orientación en mi camino. La parte que acompaña de cerca al río es bastante pequeña.

Durante siglos las actividades económicas fueron el principal agarre de la sociedad al río. Había cientos, quizás miles de barcas que se utilizaban para pescar, pasar, transportar… Los regadíos de pequeñas dimensiones obligaban a estar encima del cauce, con norias y azudes; se pescaba, cazaba, se recolectaban regalices y otras hierbas, se pastaban las orillas… Las riberas estaban en buena parte dispuestas para quien quisiera acercarse hasta el agua.

Ahora eso sucede en muy pocos puntos, como en los paseos fluviales de las ciudades. La inmensa mayoría de las orillas son ahora inaccesibles. Una banda de cerrada vegetación resulta impenetrable incluso para los mas aventureros. De hecho muchos de los kilómetros en los que el sendero discurre cercano al cauce, ni siquiera es posible ver las aguas…

 

Me ha sorprendido, y decepcionado, qué poco interés despierta -y ha despertado- el Ebro entre los autores literarios.

Inicialmente quería incluir una página de la literatura sobre el Ebro cada día. He rebuscado mucho y he encontrado poco. Es cierto que últimamente se han publicado muchos relatos cortos, algunos de los cuales aún no he conseguido adquirir. En algunas zonas han aparecido escritores que han empezado a fijarse en historias relacionadas con la vida en el río. Creo que están llegando tarde pues, como decía más arriba, la sociedad apenas mira de reojo al río, y en esas circunstancias no es fácil que surjan nuevas historias. ¿Aparecerá alguna novela de misterio con pescadores de siluros como protagonistas? ¿La vida de los regadíos actuales tan mecanizados tendrá menos interés que la que se reflejaba en la literatura del mundo rural, como lo hacían desde Blasco Ibáñez hasta Delibes?

Me ha sorprendido, y decepcionado, que rebuscando en la obra de escritores en los que confiaba encontrar cosas de interés sobre este río he hallado tan poco, a veces una sola frase, inteligente y acertada, pero que no me daba mucho juego para completar entradas. Ya hablé de esto en una entrada con míseras citas de Baroja y Larreta.

Veamos un par de ejemplos más:

En las poesías de Unamuno (-1936) el Ebro aparece puntualmente, como en este soneto:

Lo que sufres, mi pobre España, es coma

que tienes asentado en el cerebro,

y con todas sus aguas el padre Ebro

no ha de lavar la mugre de Sodoma. (…)

O en estos versos dedicados a Benjamín de Tudela (1930):

Ay Benjamín de Tudela,

Tudela de Benjamín ;

la llave de la cancela

de tu casa se hizo herrín.

Y al herrín llevóle el viento

mientras el Ebro a la mar

el consabido lamento

de al vaciarse tu hogar.

O esta mención colectiva en “Ríos de España” (1928), que encaja muy bien con esta sucesión de cañones y meandros que he recorrido a lo largo de cientos de kilómetros

Ebro, Miño, Duero, Tajo,
Guadiana y Guadalquivir,
ríos de España, ¡qué trabajo
irse a la mar a morir!

 

Gerardo Diego (1896-1987), poeta nacido en Santander tiene unos versos dedicados a estas tierras en su libro Mi Santander, mi cuna, mi palabra (1962). Los que más hablan del Ebro son los de Valderredible:

Abril en Valderredible

«Por el Ebro chiquito
desde Fontibre,
Preso en lago encantado.
suelto ya y libre.
Por el Ebro entre chopos,
cercas y lindes,
Brincos de espuma y júbilo,
truchas felices.
El Ebro canta y canta.
La lanza en ristre,
acomete molinos,
puentes embiste.
Primavera de hojillas,
juncos y mimbres.
En flor todas tus frutas,
Valderredible.
En flor todas tus nuevas
niñas abriles.
En flor tus capiteles,
Martín de Elines».

 

Un autor del que esperaba mucho era Labordeta (1935-2010). Quizás tenga algo más que no he sabido encontrar, pero solo me ha llamado la atención una imagen de una de sus canciones más conocidas:

Polvo, niebla, viento y sol
y donde hay agua, una huerta;
al norte, los Pirineos:
esta tierra es Aragón.

Al norte, los Pirineos
al sur, la sierra callada,
pasa el Ebro por el centro
con su soledad a la espalda.

Dicen que hay tierras al este
donde se trabaja y pagan…
Hacia el oeste el Moncayo
como un dios que ya no ampara.

Desde tiempos a esta parte,
vamos camino de nada,
vamos a ver como el Ebro
con su soledad se marcha.

Y con él van en compaña
las gentes de estas vaguadas,
de estos valles, de estas sierras,
de estas huertas arruinadas.

Polvo, niebla, viento y sol
y donde hay agua, una huerta;
al norte, los Pirineos:
esta tierra es Aragón“.

Es precisamente esta “soledad del Ebro”, abandonado por la sociedad de sus riberas, es la que ha regado mi decepción.

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