Día 48: De Reinosa a Fontibre y más allá. Fin de recorrido: las verdaderas fuentes del Ebro.
Salgo de Reinosa hacia Fontibre en esta última etapa. Es poco más que un paseo de menos de cinco kilómetros. Lo primera que llama la atención es que las fuentes del Ebro se hallen tan alejadas de las montañas. En línea recta hay más de quince kilómetros hasta la divisoria de aguas. ¿Es que no bajan riachuelos de las montañas?
Es conocido por todos que el Ebro nace en Fontibre. Pero para darle esa cuna ha habido que trastocar el criterio habitual de considerar el nacimiento el punto más lejano de su desembocadura.
Según un estudio de 1882, el Ebro desde Fontibre al Mediterráneo tiene 928 kilómetros. Pero si consideráramos el nacimiento de sus primeros afluentes, esa longitud sería mayor. Contando desde donde nace el Izarilla se añadirían 10 km, desde el del Hijar serían 22 km más. Hasta los afluentes secundarios de estos ríos tienen una longitud mayor que el del Ebro fontibreño. Incluso puede que el rio Virgo, es aproximadamente igual.
¿Porqué entonces Fontibre? Porque es una fuente espectacular. Un nacimiento claro y repentino. Mientras que los otros tienen orígenes más humildes, con el concurso de pequeños regachos nacidos en las montañas.
Cuando se encuentran esos ríos, en el lugar ahora cubierto por el pantano, resalta aún más la desproporción. En el mapa se observa un estrecho cauce al oriente: es la suma del Ebro con el Izarilla y el Hijar. Sus cuencas inundadas no suponen más que un 5-6% de la superficie total. El “gancho” central es la parte inundada del cauce del río, un 14%. Las cuatro quintas partes son las llanuras aluviales creadas por el río Virga.
Para las poblaciones próximas el mito de Fontibre no deja de ser una beneficiosa operación de marketing. Es un punto de referencia conocido y atrayente.
Jovellanos aprovechó un viaje a Reinosa para visitar estos lugares el dos de septiembre de 1797. No cayó en l trampa de reconocer en Fontibre el origen del río Ebro. Esto es lo que escribió en su diario:
“Por la tarde vimos Las Fuentes: fuera de la villa nacen dos o tres; forman casi un río y bajan luego al Ebro; el sitio, una hondonada coronada de bellos negrillos; más abajo se construye un molino, y se dice que luego será fábrica de harinas”.
Con el tiempo los negrillos (olmos) han dejado lugar a una fresneda y el molino ha desaparecido, como varios de los ocho que llegó a haber en el corto tramo entre Fontibre y Reinosa.
Como suele ocurrir en estos sitios emblemáticos, que atraen desde hace mucho a visitantes y turistas, también llamó la atención de escritores, como el de…
LA LECTURA DEL DÍA
Peñas arriba (1895), de José María de Pereda (1833-1906)
“En la clásica villa inmediata, término de mi jornada primera, y única posible en ferrocarril, hice un alto de media hora escasa: lo puramente indispensable para desentumecer los miembros y confortar el estómago; porque no había tiempo que perder, según dictamen del espolique que me aguardaba en aquel punto desde la víspera con dos caballejos de la tierra, espelurciados y chaparretes, uno para conducirme a mí y otro para cargar con mis equipajes.
Puestos en marcha todos, bien corrida ya la media mañana, delante el espolique llevando del ramal la cabalgadura que apenas se veía debajo de la balumba de mis maletas y envoltorios, sin salir del casco de la villa atravesamos por un puente viejo el Ebro recién nacido; y a bien corto trecho de allí y después de bajar un breve recuesto, que era por aquel lado como el suburbio de la población que dejábamos a la espalda, vímonos en campo libre, si libre puede llamarse lo que está circuido de barreras. De las cumbres de las más elevadas se desprendían jirones de la niebla que las envolvía, y remedaban húmedos vellones puestos a secar en las puntas de las rocas y sobre la espesura de aquellas seculares y casi inaccesibles arboledas, con el aire serrano que soplaba sin cesar, y tan fresco, que me obligaba a levantar hasta las orejas el cuello de mi recio impermeable.
Siguiendo nuestro camino encarados al Oeste, llevábamos continuamente a la izquierda, aguas arriba, el cauce del río, con sus frescas y verdes orillas y rozagantes bóvedas y doseles de mimbreras, alisos y zarzamora, y topábamos de tarde en cuando con un pueblecillo que, aunque no muy alegre de color, animaba un poco la monotonía del paisaje.
A la vera del último de los de esta serie de ellos, en el centro de un reducido anfiteatro de cerros pelados en sus cimas, se veían surgir reborbollando los copiosos manantiales del famoso río que, después de formar breve remanso como para orientarse en el terreno y adquirir alientos entre los taludes de su propia cuna, escapa de allí, a todo correr, a escondidas de la luz siempre que puede, como todo el que obra mal, para salir pronto de su tierra nativa, llevar el beneficio de sus aguas a extraños campos y desconocidas gentes, y pagar al fin de su desatentado curso el tributo de todo su caudal a quien no se le debe en buen derecho. Y a fe que, o mis ojos me engañaron mucho, o sería obra bien fácil y barata atajar al fugitivo a muy poca distancia de sus fuentes, y en castigo de su deslealtad, despeñarle monte abajo sin darle punto de reposo hasta entregarle, macerado y en espumas, a las iras de su dueño y natural señor, el anchuroso y fiero mar Cantábrico.
Debí pasar demasiado tiempo en meditar sobre éstas y otras puerilidades, y en paladear los recuerdos que despertaba en mí la contemplación de aquellas cristalinas aguas que tanto han dado que hacer a la Historia y a la fantasía de los poetas, porque el espolique, salvando todos los respetos de costumbre en su ruda cortesía, me apuntó la conveniencia de que continuáramos andando.
—Da grima—le dije obedeciéndole—, pensar en la conducta de este renegado montañés.
Tuve que descifrar la metáfora para que el espolique me entendiera lo que yo quería decirle; y en cuanto me hubo entendido, me respondió:
—Déjeli, déjeli que se vaya en gracia y antes con antes aonde jaz más falta que aquí. Pa meter buya y causar malis a lo mejor, ríus como ésti nos sobran por la banda de acá.
Explicóse a su vez el espolique para que yo le entendiera, y llegué a convencerme, con ejemplos que me puso de ríos montañeses desbordados a lo mejor sin qué ni para qué, arrollando casas, puentes y molinos en las alturas, y comiéndose en los valles las tierras que debieran de regar, de que bien pudiera ser obra meritoria lo que me había parecido en el Ebro falta imperdonable.
(…)
Andando, andando, siempre arrimado a las estribaciones de la derecha, fueron enrareciéndose los estribos de la izquierda, y dejándose ver, por los frecuentes y anchos boquerones, llanuras de suelo verde salpicadas de pueblecillos entre espesas arboledas, unos al socaire de los montes lejanos, y otros arrimaditos a las orillas de un río de sosegado curso que serpeaba por el valle.
—¿Es éste el Ebro?—pregunté a Chisco sin considerar que dejábamos sus fuentes muy atrás y sus aguas corriendo en dirección opuesta a la que llevábamos nosotros.
—¿El Ebru?—repitió el espolique admirado de mi pregunta—. Echeli un galgu ya, por el andar que yevaba cuando le alcontremus nacienti. Esti es el «Iger» (Híjar), que sal de aqueyus montis de acuyá enfrenti. Pero bien arrepará la cosa, no iba usté muy apartau de lo justu, porque si no es el Ebru ahora propiamenti, no tarda muchu ratu en alcanzali pa dirse juntus los dos en una mesma pieza por esus mundos ayá; y tan Ebru resulta ya el unu como el otru.”
NOTA CASI FINAL: Esta es la última entrada cronológica de mi viaje histórico y literario a lo largo del Ebro. Los próximos días voy a completar los huecos que dejé en este blog a causa de los saltos que tuve que hacer para evitar los brotes del coronavirus. Además añadiré un par de entradas de propina, sobre algunos animales que he encontrado en el camino.
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